sábado, 4 de julio de 2015

CAÑAS DULCES...RECUERDOS AMARGOS.

De niño, traté sinceramente de encontrar un motivo razonable para que me levantaran a las cinco de la madrugada; sin más obligación que ver a mi madre preparando los cachivaches a utilizar en la freiduria que tenia junto al ingenio. Me senté muchas veces frente a la casa, para ver pasar a los obreros macilentos, encorvados y tristes; caminando hacia el central, dejando tras si, una estela de nubecillas  que olían al más barato de los tabacos. Iban acurrucados dentro de  sus camisas tiznadas y harapientas; semejaban espectros envueltos en la neblina matinal.

Allá, al final de la calle, se alcanzaba a ver la humareda que despedían  las chimeneas, por la acción fabril. El inconfundible aroma dulce de la caña lo llenaba todo. Ante el danzar de las vagonetas, repletas de cañas y el atroz ruido de las maquinarias, que te llegaba al alma, se derretía la curiosidad insaciable de niño bateyero.
Crecí sabiendo, desde aquellos días, lo de  mi  destino entre las garras del central y de la miseria perruna que vi en esos tugurios bateyiles.
Mis huesos parieron dolores, entre la ignominiosa cárcel sin barrotes en que se convertía aquella mole herida cuyos gritos retumbarán por años en lo más hondo de nuestro ser.
Por años Vimos, impávidos, como enriquecíamos a una picara gavilla de descarados funcionarios y a sus aguizotes; unas veces disfrazados de sindicalistas amarillistas y lambiscones.
Mi cuerpo dobló su eje , mi piel curtida de sol y sangre cambió en ocasiones de color. con el tiempo se cristalizaron  mis ojos, las angustias se añejaron en mi mirada, al igual que las cañas dejadas en los cortes y que se quedaron olvidadas tras los días.
Así fue como llegué a amarle; con cada poro de mi piel sudando al compás del respirar cansado de aquel monstruo. Que no tan solo devoraba cañas, sino también sueños y juventudes. A pesar de ello, aun hoy, sigo enamorado de sus recuerdos.
Un día, ya muerto el central, vi al abuelo con la mirada perdida frente a sus ruinas. Le vi quedarse quieto, ensimismado; su cuerpo cansado devoraba inútiles recuerdos de antiguos abusos y rencores; sus manos callosas, temblorosas posadas sobre el bastón.Una extraña mezcla de nostalgias y resabios reprimidos bullendo en su alma de semi esclavo de la caña. Hasta que un día, su silencio calló para siempre.
Ya cumplido mi destino y, al igual que mis viejos un día, hoy estoy aquí, frente a las ruinas que ya no están, buscando tal vez nuevas razones para persistir en estas amargas evocaciones. Completamente seguro de entender ahora, el porque era necesario levantarme a las cinco de la mañana y ver aquel futuro que tenia que cambiar.

Autor: Marino Santana





No hay comentarios.:

Publicar un comentario