domingo, 19 de abril de 2015

LOS MIEDOS DE LA LAGUNA
Cuentos escritos junto a la caña.

El cañaveral nos envolvía con prisa. El crepitar de las largas hojas de la caña, nos golpeaban la cara y los miedos. A sugerencia de el ñaco, nos habíamos puesto las camisas y los pantalones al revés. pero al parecer  los muertos conocían ese truco; ya que, aun asi, nos enredábamos más y más; en aquella vorágine de hojas verdes e hirientes espinas. Mientras la noche se apresuraba a cumplir la infame tarea de destapar nuestros más íntimos temores. Nos fuimos asi: despacito, rezando la "manifica", hasta que ésta, conjuntamente con las luces y ruidos del pueblo; nos devolvieran la tranquilidad y el sosiego...

La pesca, para mi, era una actividad suprema. El sentir cuando los peces picaban la carnada, hasta engullirla y huir con la prisa de un acuático delincuente, en camino a  las profundidades; sentir el latir apresurado de mi corazón, mientras halaba el nailon, en la espera de saber su tamaño; saber si era una biajaca, una guabina ,una anguilla o tal vez desilusionarme viendo que era, tan solo un pequeño mampete´:  me llenaban de emoción (...) Mas, extrañamente, aquel día, no sentía el deseo de tomar camino hasta la laguna. Pero el ñaco, mi mejor amigo, se veía tan entusiasmado, que no tuve el valor de decirle que aquella mañana no, que tal vez otro día, pero que hoy de ninguna manera... mis razonamientos sucumbieron ante la lealtad que supone la amistad. Asi que guardé mi desgano; también mis angustiantes premoniciones y me dispuse a recorrer el largo camino, hasta aquel paraíso de sueños y goces submarinos.
Como paso previo, era necesario proveernos de las carnadas. Asi que fuimos a sacar lombrices al patio de doña paulita; en el fondo, junto a la pluma del agua; En las orillas de la  sanja,con aquella humedad; siempre las lombrices estaban a flor de tierra. claro que tuvimos que pedirle permiso. Pero yo me había ganado su buena voluntad pues,cuando la pesca era copiosa, siempre le dejaba caer su par de biajaca para la cena. De ahí que no fuera dificil obtener su permiso. El ñaco estaba tan eufórico, que estuvo a punto de rajarme la cabeza con el pico,cuando las sacaba; otra razón que indicaba un presagio funesto... Aun asi, el afán de un alma  aventurera  aniquiló ,uno por uno, mis prejuicios.
Enfilamos nuestros pasos hasta el  lugar favorito para la pesca: la laguna de tinito sosa, recientemente fallecido y quien odiaba que penetraran en sus predios. El sol se desgranaba con fiereza sobre nuestros cuerpos desnutridos y los pies descalzos, se liaban en lucha desigual con  los carriles pedregosos que recorríamos,casi sin pensar en ello, como autómatas que se desplazan en su inconsciencia, bajo el agobiante calor. El cansancio nos obligó a detenernos, amparados bajo las ramas de un frondoso mango, a la orilla del carril. Yo revisaba,buscando en las alturas, algún manguito. Uno de esos que se niegan a ser comidos en tiempo hábil. Y se enseñorean burlones en la copa del árbol, haciendo alarde de su hermosura. ¡Cuando,de pronto,escuché un grito que se eternizó en el silencio!¡ Inconfundiblemente, era la vos de mi amigo el ñaco, que huía despavorido! ¡No tuve tiempo para preguntarle las razones de su  horror, solo atiné a imitarle en la veloz carrera, hacia lo profundo del cañaveral! Las espinas, nos dejaban tatuada su ira sobre la curtida piel. Era algo en verdad terrible; mas, para el que  huye, algo menos que una caricia. En aquel trance, la razón se pone escasa. y durante el interminable espacio de los segundos y minutos que recorrían nuestros pasos, en mis pensamientos bullían las posibles razones de su horror: a lo mejor lucero, la vaca guapa de Jose Mercedes; cuyos cuernos tenían a dos en su lista; o a lo mejor algún maleante, machete en manos, o quizas un galipote o zángano, que se desplazaba hacia haiti; con su altura inconmensurable, había despertado el "felix sanchez", que todos llevamos dentro en mi amigo. Durante aquella desenfrenada carrera, no dejaba de preguntarme ¿Porque y a que le corríamos?
A punto de desfallecer y habiendo llegado a un claro del cañaveral, caímos exhaustos. Aun con los ojos desorbitados y la voz entrecortada; el ñaco, trataba de explicarme la razón de su horror. Hasta donde pude entenderlo, había visto a un viejo, vestido de negro y con un sombrero del mismo color, abalanzarse sobre él, blandiendo un bastón, con el rostro lleno de ira y de dolor... Sin dudas, el viejo tinito se había escapado del infierno, para darnos una lección inolvidable.Y asi, hacernos dejar su laguna en paz. Por lo menos, en aquel día...de viernes santos.

Autor: Marino Santana

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