martes, 20 de octubre de 2015



EL VIEJO LICO.

Solía ser cada mañana, cuando pasaba con su macuto al hombro y sus manos llenas de años. Regalaba, con su vejez, la  sabiduría de los que han vivido para crecer, a pesar de la penurias, como una bella flor de basurero que se enseñorea sobre su realidad. Repartía sus concejos como si fueran mangos o guayabas maduros, recién caídos de la mata de su experiencia.
La gente le decía don Lico; este noble hombre, de ascendencia haitiana, nunca logró dominar totalmente el habla castellana pero, se le entendía muy bien.
Recuerdo las veces cuando venia con el saquito lleno de manguillas o maíz verde; y  de como luego asábamos el maíz en un anafe de metal que poníamos en el traspatio de la casa. Esas tardes siguen vivas en mi recuerdo, como la mancha indeleble del cuento del profesor Juan Bosh.
Nunca supe su nombre de pila... no fue necesario, para que le profesara este cariño de nieto, en mi tierno corazón de niño de batey.
Recuerdo a mi padre, jugando al dominó con el viejo Lico de frente. Y de como este reía con su cabeza limpia y  recién recortado el pelo; sus barbas semi afeitadas y canucas, acentuaban su imagen de venerable sabio de los cortes de caña y del  duro chucho solariego y bullicioso, su personalidad apacible y risueña; su faz tibia y sus ojos de cálido mirar... así lo recuerdo. Cuando nos visitaba,  siempre se sentaban  al frente de la casa, conversando largo rato con mi viejo.hasta que caía el sol y el retorno a su casita en mata caliche se hacia obligación. Me imagino en el camino con su lento andar y su macutico repleto de comida y el alma risueña llena de cariño. Las personas pensaban, muchas veces, que se trataba de un abuelo de sangre, pero, en ocasiones, estos abuelos, que nos regala la vida, suelen quererse con iguales sentimientos de veneración y respeto.
Con su presencia, nos enseñó a amar a esos que, sienten pronta su partida y aun así, siempre estan alegres.
Pasaba de los ochenta mas, su eterna sonrisa, le hacia parecer un niño.

Hoy que la vida nos ha regalado unos espacios de tranquilidad económica, quisiera tenerlos conmigo y aquella comprita que él, con tanto gusto agradecía, convertirla en un cuartito, para que se quedara por siempre. Sin tener que tomar de nuevo ese camino hasta el campo y se quedara contándonos las historias que nos hacian reír... y a veces llorar. Como su eterno recuerdo, junto al progenitor de mis días.

¿Cuantos recuerdan a sus viejitos al igual que uno? en realidad no se pero que bien se siente saber que somos diferentes.



Marino.

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