sábado, 22 de agosto de 2015

CATARSIS
(Cuento)
Marino santana

Tuve la sensación de asfixia una vez más, era como si una bolsa de plástico, invisible, me arropara la cara; como si, de repente, se hubiese agotado todo el aire del mundo y mi garganta fuera la única que lo notara.
no hay nada más angustiante que un ataque de asma.
Al rato me fui mejorando y vi  ya, más que necesario, el darle una miradita a mi salud. con mis años, era la primera vez que me sentía con el animo de ir al medico,  cosa ésta que he odiado toda la vida.

El hospital dictaba a unos treinta kilómetros de mi pueblo por lo que me levanté bien temprano, me acicale prolijamente,  una ropa limpia y eso si, a  regañadientes, ir a ver al mata sano.

El medico era un renombrado facultativo ya casi apunto de jubilarse que no se andaba con medias tintas. llamaba al pan pan y al vino vino. Cuando entré se me quedó viendo por un rato:

—¿De donde eres? —preguntó con una leve sonrisa.

—Del Municipio Quisqueya —le dije, sin titubear.
 —¡Oh, Quisqueya! —exclamó, con cierta alegría— trabajé, ahí, en mis inicios —noté cierto tono de nostalgia en sus palabras—por varios años.

—¡Que bien! —contesté, casi por cortesía.

—¿En que puedo ayudarte? —exclamó de repente, como quien despierta de un letargo.

—Doctor, creo que tengo asma. Muchas veces se me dificulta respirar;  he estado casi a punto de morir de un ataque.—Dije, un poco alarmado.

—¡Cálmese, cálmese que, con Dios delante, le vamos a ayudar! —sostuvo, con un tono casi paternal- haber cuénteme más, acerca de esos ataques.

El historial medico se llevó su tiempo. Fueron necesarias muchas preguntas y detalles. El galeno sabia bien hacer su trabajo. Luego de un tiempo, llegó la hora de el auscultamiento físico de rigor, por lo que fue necesario que me despojara de la camisa y me sentara en la camilla para realizarme algunos exámenes. Noté, en algún momento, cierta paz en el rostro avejentado del doc, lo cual sosegó mi atribulados pensamientos. Paso a paso fue revisando los contornos de mi pecho, vía el estetoscopio que llevaba al cuello. en ningún momento vi preocupación ni premura repito y eso seguía calmándome, aun más.

Con un leve gesto de sorpresa al ratito atinó a decir:

—¿Desde cuanto tiene usted esa protuberancia en el centro de su pecho?.—hubo tibieza en el tono de su pregunta pero, aun así, con un leve terror, instintivamente, mire en dirección  al lugar indicado por el.
¡efectivamente, allí estaba  una tremenda bola  abrillantada por el estiramiento de la piel.

—¡No tengo idea es la primera vez que la noto! —dije con algo de vergüenza, él asintió con calma, como quien ya de antemano sabia la respuesta.
Respiró hondo, se dirigió al escritorio y se sentó pesadamente. Con aire ceremonial, finalmente preguntó:

¿Tiene usted  problema con su esposa, con algún vecino o con alguien en el trabajo, explíqueme por favor?-Dijo y se recostó en el viejo asiento, imitación de piel negro que ya pedía, igualmente, jubilarse.

—¡No doctor! —respondí con algo de inquietud y algo de rabia tal vez —si hay una característica que me define es la tolerancia...Muchas veces —continué— me trago mis opiniones por evitar una discusión; he trabajado horas extras, que luego no me han pagado y por evitar, me he quedado sin reclamar; en días pasado ,mi esposa, gastó una enorme cantidad de dinero en unas cortinas, a sabiendas de que estamos pasando por un mal momento, económicamente hablando, pero no le dije nada, cuido mucho la paz de mi hogar, doctor.

El medico me miro con ojos compasivos, tomo su recetario y una pluma fuente y comenzó a escribir al tiempo que me decía lo siguiente.
—Mire amigo cuando usted llegue a su casa usted se va a colocar de frente a una de las ventanas que da al patio y acto seguido y haciendo acopio de todas las fuerzas que le quedan usted va a gritar un gran y sonoro "¡Coño, valla al carajo, todo el mundo!"... luego, se me da un buen baño y se me acuesta, hasta el otro día. —Me dio unas palmaditas en la espalda y me sonrió amablemente.

 —¿No me va a recetar ninguna medicina,doc? —pregunté con extrañeza.

—No —me dijo él—solo eso.

Me despedí con la intención de no hacer caso a tan extraña recomendación, pero, ya en casa me dije que nada perdía con ellos además, como me molestaba la protuberancia esta, el dolor se hacia cada vez mas y mas fuerte y ni hablar del miedo que tenia a morir ahogado.
Este era un medico experimentado que no iba a arriesgar tantos años de carrera tan solo por burlarse de un infeliz como yo. Así que abrí la ventana de par en par, me aseguré de estar solo, por lo menos no quería hacer el ridículo delante de mis hijos o de mi mujer o aun peor que pusieran en dudas mi solemne cordura. Pero en fin, tomé una gran bocanada de aire y acto seguido grité con todas mis fuerzas exactamente lo anotado por el medico.
Cuando empecé a gritar, de inmediato me fui mejorando de mi afección...sentí lentamente como se despejaban mis vías respiratorias, mis viseras, mis ojos, mi alma;  me fui entusiasmando a tal grado que grité todas las injusticias que tenia trabadas en mi pecho: a los jefes, a los vecinos, a mi esposa, al gobierno. Era casi un milagro pude notar que aquella protuberancia se iba reduciendo en la misma medida en la que gritaba y gritaba...Al final de mis gritos,  ya disfrutando de plena salud, dentro del marco áureo de mi visible alegría, alcance a oír una voz fantasmagórica, cadavérica que me voceaba, mientras se perdía en el firmamento:

—¡Cállate ya, maldito anarquista!


                                                                           fin

















No hay comentarios.:

Publicar un comentario