domingo, 2 de agosto de 2015

                                                   EL CANDELABRO.
                                                              (cuento)

Dionicio era un hombre de mediana edad, bastante  delgado por cierto. Su  tez blanca y su pelo lacio, le destacaban dentro del pueblo, en donde predominaban los descendientes de cocolos y haitianos: con su tez negra y sus rasgos negroides. Se podría afirmar que  era, ademas,un hombre bastante  tranquilo y muy habilidoso en la fabricación de productos de piel, tales como correas, sillas para montar, vainas, sombreros y cananas entre otros. así que no pasó mucho tiempo para que fuera reconocido por su oficio y  todos comenzaran a llamarle: Dionicio el talabartero.
Parecía trabajar tan solo por obtener lo necesario para vivir, eso, en un pueblo  como este, era más que suficiente para ganarse el favor de la gente. De ahí que cuando, un  buen día, vino  este hombre, bien vestido y de auto bonito, preguntando por alguien que encajaba perfectamente con su persona, no se le hizo difícil encontrarlo, pues¿Quien en el pueblo no conocía ya a Dionicio, el talabartero?

En principio la gente se tornó recelosa ante el forastero, pero, rápidamente entendieron las razones que tenia para buscar a este noble hombre. se trataba de un famoso abogado de santiago que tenia, quien sabe que, para entregarle al talabartero, pues, dizque una pariente le había dejado como herencia.
Cuando el jurista lo miró de frente no tuvo dificultad en identificarlo pues el parecido con su clienta era bastante marcado. Pero como es la norma se presentó y sin muchos  rodeos le preguntó:

-¿Es usted Dionicio Mendoza Pérez? -Nombre de pila del amigo Dionicio,el talabartero. 

-Sí, soy  yo...¿en que puedo servirle? -respondió ,y al mismo tiempo  preguntó, Dionicio; sin dar muchas vueltas.

-Su abuela, doña  Eudosia Mendoza, falleció y siendo usted su único pariente vivo, me encargó entregarle sus escasas pertenencias de valor... Están  en mi carro,  venga para hacerle formal entrega.- Y a seguidas enfilo sus pasos hacia el frente en donde se había estacionado momentos antes.

Con algo de desgano y sin mostrar ninguna emoción por la noticia, DionIcio siguió al abogado hasta la calle, en donde estaba estacionado su automóvil.un mercedes blanco, ultimo modelo. se notaba que este no era un abogadito pica pleito, como abundaban los predios del tribunal del pueblo. Ya en el lugar y luego de abrir la cajuela,este  extrae un  bulto y se lo entrega diciéndole:

-¡Tenga!... Esto le pertenece a usted.  Puede hacer con  ello lo  que más le plazca. Por favor firmarme aquí, para que conste que lo ha  recibido.

Cuando nuestro amigo llegó a su cuartito, hizo el bulto a un lado. Como si de un estorbo se tratara y continuó sus labores cotidianas...no fue sino, luego de pasar unas horas, que decidió hurgar en el referido bulto. Encontrándose dentro del mismo, algunos cachivaches que el consideró inservibles.

-Que cosas, las de esta doña, mira que dejarme su basura como herencia. ¿Acaso no tiene basureros por allí? -pensaba mientras revisaba aquellos trastos y reía para sus adentros.
Era claro que, a no ser por un candelabro, al parecer antiguo que, aunque algo sucio en verdad, se le podrían sacar un par de pesos; al resto, se le podía tirar a la basura, sin sentir ningún tipo de remordimientos.

Así que los  cachivaches estos duraron unos días en tirados por los rincones del cuarto, en donde Dionicio no tan solo trabajaba sino que también dormía. No  fue hasta que un hacendado de las afueras del pueblo vino buscando que le reparan un vieja silla de montar y al ver el candelabro comentó que tenia un hermano, en la capital, que gustaba de coleccionar disparates como ese y si el estaba en disposición, podría comprárselo, para el hermano. –mire, don  pedro, deme  cualquier cosa que eso solo me sirve de estorbo. Le dijo el buen Dionicio:

-¿Esta bien… quinientos pesos entonces?
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-¿Quinientos pesos? jajajajajaja -rió con ganas Dionicio- No hay dudas, que a usted le sobra el dinero; deme cuatrocientos y es suyo,  no me gustaría  abusar.

-Aquí  los tiene usted.- dijo el hacendado rápidamente al entregarle cuatro papeletas de cien y quedando sellado el negocio, se dispuso  a abandonar el taller de Dionicio con dirección a su finca.

Pasaron semanas, el talabartero ya había olvidado aquel candelabro cuando, de repente, escucha la voz de un muchacho del pueblo que viene corriendo, con un periódico en las manos.-

-¡Dionicio!¡Dionicio! ¡venga a ver! ¡venga a ver!- el muchacho estiró las manos entregándole una sección del periódico de aquel día. su voz jadeante aun,por la carrera

La cara de Dionicio palideció cuando vio una foto en donde aparecía el candelabro. El mismo que hace unos días estuvo en su poder y que, tontamente, había vendido por la irrisoria suma de cuatrocientos pesos... y al lado de la foto un titular que decía: "Famoso coleccionista anuncia el hallazgo de un valioso candelabro ,valorado en unos nueve millones de pesos."

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