miércoles, 19 de agosto de 2015

"EL VUELO"
(Cuento)
Autor: Marino Santana

José Restrepo realizaba de uno a dos vuelos mensuales en su avioneta, una cessna 205 color blanco hueso. Era su encomienda, como piloto de una compañía de aviación dueña de un gran prestigio.
Hoy tenía, sobre sus hombros, la tarea de entregar  -llueva truene o ventee-, cuarenta kilos de medicinas a los miembros de una tribu allá en  lo profundo de la selva inhóspita. Todos coincidían en afirmar que era una de las misiones más peligrosas. Pues en ese trayecto, acechaban algunos inconvenientes cuya sola mención hacia helar la sangre: las tribus caníbales, el que te derribaran los contrabandistas o los inmisericordes guerrilleros o lo difícil del territorio: selva virgen en gran parte, en caso de un accidente. Aun haciéndolo por el aire, la verdad es que daba grima pensar en transitar por tales contornos donde cuando menos te lo esperas -decía la gente- salta el sapo.

-Otra tarde hermosa para volar- murmuró, José, camino a la nave que le esperaba en pista, repleta de paquetes, hasta los asientos.

Esta vez, el cielo estaba  despejado. Un cielo tan azul y bello que parecía un gran lienzo de seda cobijando la tarde. Ya estando sobre la espesa selva. Pudor notar,una vez mas, que el paisaje era espectacular desde arriba. Sin importar las veces que se avistara, siempre sobrecogía el ver semejante obra de arte, hecha sin dudas, por el supremo creador. Pero esta dama exuberante, guardaba muchos espeluznantes secretos tras  su increíble hermosura.

En un momento le pareció oler algo extraño dentro del bimotor; lo pasó por alto pues desconocía la naturaleza de las sustancias que cargaba, tan solo sabia que eran medicinas y utensilios médicos. En ocasiones algunas que otras golosinas, para los niños de la tribu eran parte de la carga... al menos era lo que le habían dicho,a lo largo de estos dos años que llevaba haciendo la travesía. Que orgulloso se sentía de contribuir, de esta forma, a mejorar la miserable vida que llevaban esos infelices supervivientes de aquellos inaccesibles montes.

Como de costumbre se situó a unos dos mil quinientos metros de altura en dirección al punto de encuentro y se dispuso, cómodamente, a disfrutar del vuelo.

No habían pasado diez minutos cuando de repente sintió una leve sacudida, cosa usual ante las frecuentes turbulencias que se le presentaban durante el trayecto, por lo que no se inquietó. Al rato una nueva sacudida y esta vez mucho más fuerte, por lo que de inmediato echó un ojo a ambos lados del avión tratando de  detectar  alguna anomalía, fue cuando notó  la humareda que salía de el ala derecha... ▬¡Oh Dios▬ atino a decir, pero  mantuvo la calma, pues, nada conseguía con desesperar...Tomó la radio y trató de comunicarse con la base en el aeropuerto… el radio estaba, totalmente muerto.

-¡Mayday,  Mayday,  Mayday! -Repetía tratando de avisar de su situación. En caso de un aterrizaje forzoso, seria importante para sobrevivir que se tuviera una idea de su ubicación pues mientras mas rápido fuese encontrado, mayores  posibilidades tendría de sobrevivir.

 Le faltaban unos treinta minutos para llegar al claro en donde desde hacia dos años dejaba caer los paquetes... apenas podía ver a los indígenas saltando de emoción cuando rasante pasaba la nave. A veces podía notar fugazmente el brillo en sus rostros ante su paso. Pero en esta ocasión rogaba llegar allí, estimaba que podría,en tal caso, recibir atenciones medica de inmediato de los médicos que servían a los lugareños.
La avioneta, cada vez, mostraba menos estabilidad…en un momento pareció inminente el estrellamiento...gracias a su pericia pudo elevarse de nuevo. Trataba, por todos los medios posibles, de mantener  una altura baja con la esperanza de llegar al claro y esperar que la suerte estuviera de su lado.
En su afán por tener mayores posibilidades de salir vivo de aquel trance, quiso despejar la cabina para lo cual trato de apartar alguno de los paquetes  pero un peso inusual en estos le llamó la atención. Esto despertó su curiosidad...como pudo y tratando de mantener el control del aparato agarro su cuchillo y de manera rápida abrió uno  llevándose tremenda sorpresa. Allí, no había medicinas solo bolsitas y bolsitas de un polvo blanco.

De nuevo entró en una sacudida y fue necesario que dejara por un momento aquellos paquetes y se ocupara de los controles.

-¡Mayday, Mayday, Mayday! –era inútil, nadie respondió tampoco, al nuevo intento de pedir auxilio.

A duras penas logro estabilizarse de inmediato fue, temerariamente, a hurgar de nuevo en los bultos, tratando de saber ¿Que diablos estaba transportando?
Abrió varios, todos contenían lo mismo. el polvo blanco aquel que repletaba los bolsillos de traficantes inescrupulosos alrededor de todo el mundo. Entonces ¿no era medicina lo que llevó en tantos y tantos viajes arriesgando la vida? A Jose Restrepo se le hizo un nudo en la garganta.
Al salir de su momentáneo ensimismamiento  ya estaba cerca del claro  precariamente lograba llegar al anhelado punto de encuentro. Un sudor frío recorrió su frente hasta encontrarse con sus lagrimas en las mejillas un dolor extraño, casi ajeno, se apoderó de su pecho cuando agarro con todas sus fuerzas el timón de la nave, miro de reojo la foto sonriente de sus hijos  y esposa, justo encima de su cabeza en el techo de la cessna 205 que amaba con toda su alma una especie de sudor espeso recorría su cuerpo, el polvo, los paquetitos de polvo blanco, se desparramaban por el piso de la nave apretó fuertemente las mandíbulas y giró la nave bruscamente rumbo al suelo estrellándola contra los arboles selvaticos ...a unos escasos metros del claro.

                                                     FIN



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